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La raíz de muchos de tus problemas es que evitas sentir


Imagínate esto:


Te despiertas en la mañana y tu cafetera dejó de funcionar. Esto te frustra, pero lo ignoras. Te vas a duchar. Al estarte vistiendo, te das cuenta que ese traje que escogiste para la reunión importante de ese día está manchado. Te toca cambiar de planes y ves el reloj: estás con riesgo de llegar tarde. Sales pronto en el auto y te encuentras con bastante tráfico. Tu frustración aumenta, convirtiéndose en ira, pero lo ignoras. Llegas a la oficina como si nada, y entras a la reunión. Al terminar, tu jefe se te acerca y te pregunta cómo vas con los pendientes que todavía tienes que entregar ese día y que le avises si necesitas algo. Tu molestia, tu estrés y frustración aumentan porque son cosas que ya sabes y no necesitas a nadie recordándote, pero lo ignoras. Sales del trabajo, te diriges a tu casa y todo ese cúmulo de emociones hace que cuando llegues, discutas con tu pareja sobre una tontería, como a quién le tocaba lavar los platos ese día, y tu pareja sin entender de dónde viene toda esa ira y molestia, te dice que no va a hablar más contigo hasta que estés más calmado. Tú, que lo que realmente necesitabas era el confort de tu pareja porque has estado cargando con estas emociones todo el día, y ahora se desbordaron con desmesura, te sientes culpable y más frustrado, dirigiendo todo esto hacia ti. Surgen pensamientos como “nada me sale bien”, “este día fue terrible”, “soy una pésima pareja”, y muchos más. Esa noche no se hablan y al día siguiente haces como si nada porque te cuesta disculparte. Tu pareja se siente decepcionada y triste, y el resto del día no hablan.


Este es un ejemplo de cómo el no gestionar nuestras emociones en el momento preciso, crea una bola de nieve que va creciendo más y más a medida que sigue rodando, agravando y aumentando el nivel de frustración, estrés, enojo, malestar. Y lo inevitable pasa: la bola de nieve no tiene a dónde más ir, se choca y se desparrama por todos lados. Lo mismo pasa con nuestras emociones: cuando se ven demasiado grandes o en un callejón sin salida, se desparraman por todos lados. Y esto termina afectado a la gente que amamos, a nosotros mismos y muchos otros aspectos de nuestra vida.


¿Qué hubiese pasado si cuando te diste cuenta de que la cafetera no funcionaba, tomabas un aire profundo y optabas por reemplazar tu necesidad de cafeína tomándote el té negro que tanto te gusta? ¿Qué hubiese pasado si al darte cuenta de que el traje estaba manchado, te dabas un momento para más bien agradecer haberte dado cuenta a tiempo para llegar presentable a la reunión de hoy? ¿Qué hubiese pasado si cuando viste que podrías estar llegando tarde te recordabas que era una posibilidad y no un hecho, y que decides soltarlo porque pasaron cosas fuera de tu control esa mañana? ¿Qué hubiese pasado si cuando tu jefe te recordó los pendientes, más bien decidías sentirte agradecido por el equipo que tienes, el cual está pendiente de poder darte una mano si lo necesitas? ¿Qué hubiese pasado si cuando hablaste con tu pareja sobre quién lava los platos, primero tomabas un aire profundo y te recordabas que esa es una tarea que trae organización al hogar, el cual aprecias de compartir con la persona que amas?


Si momento a momento durante el día te hubieses dado un espacio para procesar lo que sentías, es mucho más probable que te hayas permitido no solo gestionar mejor las emociones, pero ver el otro lado de eso que en principio te causó molestia. Esta es una habilidad que se practica, y todos tenemos la posibilidad de aprender a relacionarnos con nuestras emociones de una forma distinta. Nuestros cerebros son neuroplásticos, lo que significa que son moldeables. Entonces, queda en tus manos.


¿Y tú, qué decides?

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